Universidad y mercado tecno educativo: Un análisis desde mi perspectiva docente
Reflexión personal sobre la crisis de la universidad frente al avance del mercado tecnoeducativo y las nuevas tecnologías.
Desde mis primeros recuerdos con Windows 3.1 y Encarta 98, la tecnología ha sido un hilo conductor en mi vida y, en particular, en mi aprendizaje. Como docente de diseño y arte digital, la brecha digital se manifiesta a diario, generando en mí una sensación de impotencia ante la deserción de alumnos por la falta de equipamiento. Este ensayo, nacido del seminario «Universidad como objeto para la acción», es un intento de detenerme a reflexionar sobre esta dinámica, un espacio para pensar en las «tinieblas del mundo actual» y los nuevos desafíos que nos impone la fuerza del mercado tecnoeducativo.
El ritmo acelerado del mercado contrasta con el tiempo ocioso y reflexivo que, por definición, debería primar en la academia. Caminando por la costanera de Paraná, observo cómo un camión de Coca-Cola se mueve a toda velocidad, un paralelismo con el frenesí del mercado, mientras yo camino lento, con tiempo para pensar y deconstruir. Esta diferencia de ritmos refleja la tensión entre las instituciones educativas y el mercado. La mística de la universidad, su frontera entre el mundo académico y el «mundo exterior», ha sido erosionada por la cultura digital.
El mercado tecnoeducativo opera con una lógica opuesta a la política educativa estatal, buscando clientes y beneficios económicos, invirtiendo en algoritmos y herramientas para captar la atención. La universidad, por su parte, enfrenta una crisis de hegemonía al dejar de ser la única institución en el campo de la educación superior. Nos encontramos en un escenario de «ciudades digitales», donde las plataformas y los algoritmos penetran las pesadas paredes de los sistemas educativos. Mi experiencia en clases virtuales, donde mis alumnos son «parcelas, rectángulos, una retícula de píxeles» en una pantalla, y yo, un docente que puede ser «datificado» y medido en mis acciones, ilustra esta realidad.
La irrupción de tecnologías como el aula WOW, que utiliza el reconocimiento facial para medir las emociones de los estudiantes, me evoca la idea del panóptico de Foucault. No me preocupa el dispositivo en sí mismo, sino el sistema de relaciones y las prácticas sociales que vehiculiza. El problema no es la tecnología, sino el poder invisible detrás de los algoritmos que condiciona nuestras lecturas de las situaciones. En nuestra región, si la universidad y el estado no participan activamente en la redefinición de su posición, la crisis se profundizará. Mi propuesta no es resistir, sino «surfear la ola». Se trata de una convivencia entre la extensión y la «contracción universitaria», un movimiento de apertura para que la universidad se nutra de nuevos saberes y prácticas sociales, incluyendo a los excluidos. El desafío es utilizar las fuerzas del poder tecnológico para servir a intereses sociales y democráticos, promoviendo una ecología de saberes.
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